lunes, 20 de diciembre de 2010

Él



A veces somos tantos y de tantos que somos, terminamos siendo tan pocos. Mientras ella, ellos, todos caminan está él. Seguramente si hubieran pasado una hora antes a este momento también estaría, como los días pasados, y los meses y quién sabe los años...
Ahí estaba él con su mundo, su universo tan simétrico, idealista y distante. Tan delicado para todos los que no lo viven y tan duro para los que sí. Pero sigue ahí, como todas las mañanas frías y las tardes lluviosas, y las noches de niebla y el cemento congelado, quizás tan congelado como las miradas esquivas de los que pasan a su lado. O quizás helado, como sus manos temblorosas agarrando el vino en caja que no puede faltar a ninguna velada de la avenida o de la plaza, o de cualquier lugar donde pueda estar solo, aunque siempre presienta estarlo.
Seguro que después de una siesta nocturna vendrán risas de gente que sale de los teatros, autos que tocan bocina y colectivos que frenan en los semáforos pero para él todo será igual, las mismas caras diferentes, los mismos ruidos mudos, la misma mujer que ve todos los días y que no lo mira. ¿Quién será? ¿Por qué me mira,las pocas veces que me mira? son preguntas que parece hacerse mientras en un papel de volante de joyería barata, dibuja con un lápiz tan gastado como sus zapatos de otra época, su rostro. A lo mejor la dibujó tantas veces que ya confunde su cara con el de cualquier otra pero algo le dice que no. Y sigue dibujando, y otro trago de vino para curar las penas y para matar el frío, y para dedicárselo a ella. El día se vuelve a ir sin traerle nada al llegar, sólo se va, como se van tantas cosas, sus recuerdos, sus zapatos, su lápiz y ella. Cierra los ojos para otra siesta nocturna y piensa en un sola cosa, en sus labios de color rojizo y su pelo, y su vestido y después del úlltimo sorbo de vino se olvida de lo que pensaba. Se acuesta, se da vuelta y se dispone a despedir al mundo.

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