lunes, 17 de enero de 2011

La misma pregunta



Siempre me hago la misma pregunta, una y otra vez. Siempre en el mismo momento de la noche cuando todo está en silencio y los ecos rebotan en mi cabeza, de un lado hacia el otro como queriendo rebotar infinitamente. La luz molesta, la oscuridad asusta y nada parece tranquilizarme. La ventana cerrada intenta ahogar el último aire que merodea por el cuarto, pero si la abro todo el mundo del otro lado puede entrar. El reloj marca segundo a segundo y el sonido me molesta, me aturde aunque por momentos no hay sonido, y aún así me aturde. No quiero dormir pero tampoco estar despierto y la sensación de ahogo empezará en tres segundos, uno, dos, tres, empezó. Me desespero, ¿qué hago? ¿disimulo? ¿espero? y mientras me pregunto esto, vuelvo a hacerme la misma pregunta una y otra vez. ¿Por qué no puedo dormir?
Enciendo el velador y la poca luz que emite me sirve para hojear una diminuta línea de una página color ocre, de un libro, de un libro que alguien escribió posiblemente en una noche con esta y con esta sensación de desesperación, ansiedad y tormento. Pero la luz es demasiado molesta y empieza a molestarme las sombras que dispersa por el techo y luego por las paredes hasta terminar en la puerta. Intento levantarme pero me pesa el cuerpo, quizás me pesaba desde antes de acostarme o quizás quiero que me pese para sentirme más molesto. Apago el velador y el silencio luminoso se propaga milímetro a milímetro. Estoy cada vez más encerrado en mí mismo, en este cuerpo que no quiere tranquilizarse. Y mientras todo esto sucede, mientras la vida detrás de estas paredes transcurre de noche, yo me hago la misma pregunta de todas las noches, una y otra vez.

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